domingo, 14 de septiembre de 2014

Un último café

Verte sentado, en la cama, con la frazada hasta el pecho, iluminado por el sol de invierno que se filtra por el ventanuco, recibiendo de tus hijos un regalo por tu cumpleaños. Una cafetera de latón, para poder compartir en ese desayuno, un café en familia. Sabiendo que mañana es lunes y por la mañana, antes de trabajar va a haber un café que te reconforte unos instantes, simplemente te detenés a sentir el calor en los labios, sin pensar en la ardua jornada que te espera por delante.
El sol no salió, la cafetera de latón humea, la cocina está desolada y desde el baño se escucha la lluvia que golpea sobre el techo de chapa. Por la pared del comedor se filtra una línea de agua descendente, como si fuera la humedad condensada en la pared de una caverna, hasta toparse con las baldosas dispuestas en damero, blancas y negras. Frías. Descalzo te movés entre ellas como un caballo de ajedrez.
Cuando todos duermen, la cafetera de latón humea como todas las noches, mientras en un papel gastado, escribís lo que pasó en el día. Un diario personal fragmentado en pequeños papeles, dispersos entre revistas, en cajones, sobre el televisor e incluso como topes para la puerta. Papeles efímeros, sin mucha voluntad de ser conservados, que contienen una memoria de los días en los que el trabajo en el puerto no era tan hostil.
Te recuerdo, ya canoso, sentado en la silla de mimbre rota, tu favorita, completando un crucigrama con un lápiz de poca punta, sin saber que pocos días después no habría más vapor de latón.
Un último café.


Ricardo Baviera

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