sábado, 4 de octubre de 2014

Barrio perdido

De nuevo,
como otras veces,
perdido llego a una prolongación secreta
de mi barrio.
Parece Saavedra,
por momentos Villa del Parque.
Avenida, calles y boulevares
ya transitados pero exentos
de figurar en un mapa.
Los transeúntes podrían ser
los de cualquier parte de la ciudad,
salvo por su andar nihilista
y su desapego por la vida.
Nunca fueron felices, mas nunca infelices.
No se saben tristes, 
no se saben alegres,
pero conocen la risa.
En este desierto de autos,
peatones y confiterías,
reconozco a mi amigo
de gesto gentil
parado en la puerta
de un negocio.
Me ofrece un trabajo con él.
No es mucha la paga,
está en proporción
con la avaricia
de su patrón.
En el camino de vuelta
medito
sobre la propuesta
pero al llegar a mi cuadra
caigo en la cuenta
de que nunca sé
cómo volver.
Abro los ojos
y comprendo
que anhelo
un abrazo fraterno
con ese amigo de gesto gentil.
Y hoy,
hoy no sé dónde está.

Ricardo Baviera

lunes, 29 de septiembre de 2014

Pasto

Conocer que se esconde
detrás
del duro caparazón.
Intuyo carne blanda.
Un manojo de nervios,
sangre
y sentires.

Peso sobre la espalda,
lenta la caminata.
Lenta y precavida.
Pero ante la revelación
de mundo
la sangre fría
entibia.

En los ojos, cargados,
pero infranqueables.
En las miradas
de reojo.
En los pequeños
comentarios
que tratan de
demostrar
que no hay interés
(en vano).

Una tarde
quiero.
Y luego una noche
en otro día de la semana.
Menos que una
vuelta de sol.
En realidad,
menos que una vuelta
sobre el propio eje.

Temo tu temor.

Una posibilidad
de encuentro
en la brecha
que se produce
cuando al girar
ambos talones
de Aquiles
están frente
a frente.

La única puerta
de cada uno
de esos dos
habitáculos
que somos
se abre,
entornada,
sólo por un rato.

La rotación
no se detiene.
Saltar de un lugar
al otro
mientras la
chance se eclipsa.
Como los héroes
de aventuras
cuando el
sombrero
se les cae.

Mientras corto el
pasto, tomo un
descanso y
espero
a que vuelva
a
crecer.

A veces pienso
en abandonarme
y no preocuparme
más por el asunto.
No es algo
que pueda planear.
Crece y ahí
estoy de nuevo.
Un poco más viejo,
un poco más cansado,
con la piel
un poco más surcada.

Esta nerviosa calma,
esta inquietud del
que huele la tormenta
(tierra húmeda)
abruma.

Pero me tranquilizo
al tomar un café
sentado
mientras veo
el pasto crecer.

Ricardo Baviera

domingo, 28 de septiembre de 2014

Convivencia

El terror de despertarse
sabiéndose poseído
por algún poder oscuro e
iracundo,
que nace desde el centro mismo
de la espalda.
Para estallar.

Agitado,
necesito un exorcismo,
la certeza
de que ante
el momento crítico
mis decisiones
sean mías
y no la voluntad
del demonio que encierro
y que quiere controlar
mi hacer.

Me pregunto
si es mi sombra
si son mis miedos
si es lo que no acepto
o si es un espíritu externo
que como un cúmulo de bacterias
llegó para colonizar
e inflamar todo a su paso.

Ya no encuentro consuelo
en las sesiones de espiritismo
en las meditaciones
entre sahumerios
en las regiones descampadas.

Todo lo que hago
es mantenerme lejos de las
provocaciones
porque sé, que alimentada por la
furia,
mi espalda comienza a arder
y todo es posible.

Una convivencia forzada
sin posibilidad de comunicación
entre los residentes
que se chocan
deambulando por el comedor
siendo sólo uno
el que puede de momento
estar en la situación,
relegando al otro.

Sólo quiero lo que es mío
sólo quiero mi cuerpo
sólo me quiero a mí.

Ricardo Baviera

lunes, 15 de septiembre de 2014

El sin nombre

Extraños extrañan extranjeros.
Gitanos con pañuelos de colores sobre sus cabezas.
Solsticios de verano.

En la oscuridad profunda de Chacarita,
entre las vías,
se esconde el sin nombre.
En las estanterías de la biblioteca popular
todavía se conservan odas anónimas.
Él es la continuidad de ese linaje
de poetas orales que deambulan
revelando los pequeños pormenores
de los movimientos citadinos.

Una boca de calle 
sobrepasada por el agua,
mientras el hermitaño mira por la ventana.
Una colilla de cigarrillo aplastada por un auto,
con la brasa aún viva, 
rehusándose a morir.
Un paraguas maltrecho, profanado por el viento
y abandonado por su compañero 
sin haber recibido entierro.
Los vidrios que se empañan
y la nena que dibuja una cara feliz
en la luneta del auto en el que viaja.
La tristeza de un ciego que por un instante pudo ver
los rostros en la larga fila 
que espera al colectivo en la terminal.
El bosio que asoma del cuello de un hombre canoso y afeitado,
lleno de palabras que nunca se animó a decir
(y sigue creciendo).
El dolor entre las costillas 
después de la borrachera 
y el sexo.
El olor hediondo del exceso 
de perfume frutal
en el cuello de una monja.
El pañuelo a cuadros, de tela, 
usado una y otra vez,
quejándose.
La risa del capitán de una troupe de limpiavidrios,
cantando a viva voz en el semáforo, mientras esperan,
canciones populares con letras inventadas de un tono grotesco.
El policía que por primera vez se pregunta
para qué está parado en una esquina, intimidando,
ahora inmerso en el vacío.
El que escribe en su agenda 
los compromisos que 
nunca va a cumplir.

Todos estos rumores son pequeños murmullos 
que la calle vocaliza,
que el sin nombre recoge
mientras trata de olvidar
que tiene hambre.
Lo que come lo expulsa en verso.


Ricardo Baviera

domingo, 14 de septiembre de 2014

Un último café

Verte sentado, en la cama, con la frazada hasta el pecho, iluminado por el sol de invierno que se filtra por el ventanuco, recibiendo de tus hijos un regalo por tu cumpleaños. Una cafetera de latón, para poder compartir en ese desayuno, un café en familia. Sabiendo que mañana es lunes y por la mañana, antes de trabajar va a haber un café que te reconforte unos instantes, simplemente te detenés a sentir el calor en los labios, sin pensar en la ardua jornada que te espera por delante.
El sol no salió, la cafetera de latón humea, la cocina está desolada y desde el baño se escucha la lluvia que golpea sobre el techo de chapa. Por la pared del comedor se filtra una línea de agua descendente, como si fuera la humedad condensada en la pared de una caverna, hasta toparse con las baldosas dispuestas en damero, blancas y negras. Frías. Descalzo te movés entre ellas como un caballo de ajedrez.
Cuando todos duermen, la cafetera de latón humea como todas las noches, mientras en un papel gastado, escribís lo que pasó en el día. Un diario personal fragmentado en pequeños papeles, dispersos entre revistas, en cajones, sobre el televisor e incluso como topes para la puerta. Papeles efímeros, sin mucha voluntad de ser conservados, que contienen una memoria de los días en los que el trabajo en el puerto no era tan hostil.
Te recuerdo, ya canoso, sentado en la silla de mimbre rota, tu favorita, completando un crucigrama con un lápiz de poca punta, sin saber que pocos días después no habría más vapor de latón.
Un último café.


Ricardo Baviera

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Otro día / Cada

El otro día comiste pescado, aunque sé que no te gusta.
El otro día te morías de ganas de besarnos, pero te dio vergüenza.
El otro día sacaste al perro sin correa porque era de madrugada.
El otro día saliste sin paraguas porque extrañabas la lluvia.
El otro día te enfermaste por andar todo el día con las medias empapadas.
El otro día no fumaste después de coger.
El otro día pensabas en la ensalada que ibas a preparar para la cena.
El otro día extrañabas a tu mamá.
El otro día te dieron ganas de pasear por el cementerio, para tener paz.
El otro día no querías hablar conmigo porque estaba viendo fútbol.
El otro día te toque una canción con la guitarra y te brillaron los ojos.
El otro día no parabas de encontrar olor a cebolla por la calle.
El otro día el dolor en la rodilla te tentó a quedarte en la cama leyendo un comic.
El otro día te cansaste de abrir el Facebook.
El otro día te enamoraste de un chico en el colectivo.
El otro día rezabas a pesar de ser atea.
El otro día llorabas por no llegar a fin de mes.
El otro día te peleaste con el portero por entrometido.
El otro día te quedaste callada.
El otro día moriste.
El otro día naciste.

El otro día te vi, después de mucho tiempo, y un eco grave me apretó el pecho.

Guido Bruno


Cada sombra en el placard es el ruido de tus pasos, y no sé dónde estás.
Cada resto de comida en el plato es la angustia que te detiene.
Cada rueda de bicicleta pinchada es el temor a conocer gente nueva.
Cada persiana cerrada es una excusa para embriagarte.
Cada tirada de dados es un baile nuevo, improvisado.
Cada cucharada de miel son las cosas que no decís y te guardás.
Cada agujero en tus zapatillas es la voluntad de mudarte.
Cada olor a pasto son tus ganas de morir.

Ricardo Baviera

jueves, 21 de agosto de 2014

Hombro

Y entonces me desperté
con la sensación
de que podíamos encontrarnos
en un lugar nuevo
propio.

Dejo de estar dividido en
dos
para estar en esa casa antigua
y tomada
escuchando al catedrático
que ha cruzado el mar
donde se estipulaba una fiesta
en esta madrugada fría
de julio.

Me quedo dormido
sobre tu hombro
sin pensar en
lo poco que sabes de mí.

En un breve paseo
por las calles del barrio,
líneas de encuentro,
asoma el resabio
de un anhelo.

Simple,
complicado.

Los cuerpos dicen más que las palabras.

Ricardo Baviera