lunes, 29 de septiembre de 2014

Pasto

Conocer que se esconde
detrás
del duro caparazón.
Intuyo carne blanda.
Un manojo de nervios,
sangre
y sentires.

Peso sobre la espalda,
lenta la caminata.
Lenta y precavida.
Pero ante la revelación
de mundo
la sangre fría
entibia.

En los ojos, cargados,
pero infranqueables.
En las miradas
de reojo.
En los pequeños
comentarios
que tratan de
demostrar
que no hay interés
(en vano).

Una tarde
quiero.
Y luego una noche
en otro día de la semana.
Menos que una
vuelta de sol.
En realidad,
menos que una vuelta
sobre el propio eje.

Temo tu temor.

Una posibilidad
de encuentro
en la brecha
que se produce
cuando al girar
ambos talones
de Aquiles
están frente
a frente.

La única puerta
de cada uno
de esos dos
habitáculos
que somos
se abre,
entornada,
sólo por un rato.

La rotación
no se detiene.
Saltar de un lugar
al otro
mientras la
chance se eclipsa.
Como los héroes
de aventuras
cuando el
sombrero
se les cae.

Mientras corto el
pasto, tomo un
descanso y
espero
a que vuelva
a
crecer.

A veces pienso
en abandonarme
y no preocuparme
más por el asunto.
No es algo
que pueda planear.
Crece y ahí
estoy de nuevo.
Un poco más viejo,
un poco más cansado,
con la piel
un poco más surcada.

Esta nerviosa calma,
esta inquietud del
que huele la tormenta
(tierra húmeda)
abruma.

Pero me tranquilizo
al tomar un café
sentado
mientras veo
el pasto crecer.

Ricardo Baviera

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