sábado, 4 de octubre de 2014

Barrio perdido

De nuevo,
como otras veces,
perdido llego a una prolongación secreta
de mi barrio.
Parece Saavedra,
por momentos Villa del Parque.
Avenida, calles y boulevares
ya transitados pero exentos
de figurar en un mapa.
Los transeúntes podrían ser
los de cualquier parte de la ciudad,
salvo por su andar nihilista
y su desapego por la vida.
Nunca fueron felices, mas nunca infelices.
No se saben tristes, 
no se saben alegres,
pero conocen la risa.
En este desierto de autos,
peatones y confiterías,
reconozco a mi amigo
de gesto gentil
parado en la puerta
de un negocio.
Me ofrece un trabajo con él.
No es mucha la paga,
está en proporción
con la avaricia
de su patrón.
En el camino de vuelta
medito
sobre la propuesta
pero al llegar a mi cuadra
caigo en la cuenta
de que nunca sé
cómo volver.
Abro los ojos
y comprendo
que anhelo
un abrazo fraterno
con ese amigo de gesto gentil.
Y hoy,
hoy no sé dónde está.

Ricardo Baviera

lunes, 29 de septiembre de 2014

Pasto

Conocer que se esconde
detrás
del duro caparazón.
Intuyo carne blanda.
Un manojo de nervios,
sangre
y sentires.

Peso sobre la espalda,
lenta la caminata.
Lenta y precavida.
Pero ante la revelación
de mundo
la sangre fría
entibia.

En los ojos, cargados,
pero infranqueables.
En las miradas
de reojo.
En los pequeños
comentarios
que tratan de
demostrar
que no hay interés
(en vano).

Una tarde
quiero.
Y luego una noche
en otro día de la semana.
Menos que una
vuelta de sol.
En realidad,
menos que una vuelta
sobre el propio eje.

Temo tu temor.

Una posibilidad
de encuentro
en la brecha
que se produce
cuando al girar
ambos talones
de Aquiles
están frente
a frente.

La única puerta
de cada uno
de esos dos
habitáculos
que somos
se abre,
entornada,
sólo por un rato.

La rotación
no se detiene.
Saltar de un lugar
al otro
mientras la
chance se eclipsa.
Como los héroes
de aventuras
cuando el
sombrero
se les cae.

Mientras corto el
pasto, tomo un
descanso y
espero
a que vuelva
a
crecer.

A veces pienso
en abandonarme
y no preocuparme
más por el asunto.
No es algo
que pueda planear.
Crece y ahí
estoy de nuevo.
Un poco más viejo,
un poco más cansado,
con la piel
un poco más surcada.

Esta nerviosa calma,
esta inquietud del
que huele la tormenta
(tierra húmeda)
abruma.

Pero me tranquilizo
al tomar un café
sentado
mientras veo
el pasto crecer.

Ricardo Baviera

domingo, 28 de septiembre de 2014

Convivencia

El terror de despertarse
sabiéndose poseído
por algún poder oscuro e
iracundo,
que nace desde el centro mismo
de la espalda.
Para estallar.

Agitado,
necesito un exorcismo,
la certeza
de que ante
el momento crítico
mis decisiones
sean mías
y no la voluntad
del demonio que encierro
y que quiere controlar
mi hacer.

Me pregunto
si es mi sombra
si son mis miedos
si es lo que no acepto
o si es un espíritu externo
que como un cúmulo de bacterias
llegó para colonizar
e inflamar todo a su paso.

Ya no encuentro consuelo
en las sesiones de espiritismo
en las meditaciones
entre sahumerios
en las regiones descampadas.

Todo lo que hago
es mantenerme lejos de las
provocaciones
porque sé, que alimentada por la
furia,
mi espalda comienza a arder
y todo es posible.

Una convivencia forzada
sin posibilidad de comunicación
entre los residentes
que se chocan
deambulando por el comedor
siendo sólo uno
el que puede de momento
estar en la situación,
relegando al otro.

Sólo quiero lo que es mío
sólo quiero mi cuerpo
sólo me quiero a mí.

Ricardo Baviera

lunes, 15 de septiembre de 2014

El sin nombre

Extraños extrañan extranjeros.
Gitanos con pañuelos de colores sobre sus cabezas.
Solsticios de verano.

En la oscuridad profunda de Chacarita,
entre las vías,
se esconde el sin nombre.
En las estanterías de la biblioteca popular
todavía se conservan odas anónimas.
Él es la continuidad de ese linaje
de poetas orales que deambulan
revelando los pequeños pormenores
de los movimientos citadinos.

Una boca de calle 
sobrepasada por el agua,
mientras el hermitaño mira por la ventana.
Una colilla de cigarrillo aplastada por un auto,
con la brasa aún viva, 
rehusándose a morir.
Un paraguas maltrecho, profanado por el viento
y abandonado por su compañero 
sin haber recibido entierro.
Los vidrios que se empañan
y la nena que dibuja una cara feliz
en la luneta del auto en el que viaja.
La tristeza de un ciego que por un instante pudo ver
los rostros en la larga fila 
que espera al colectivo en la terminal.
El bosio que asoma del cuello de un hombre canoso y afeitado,
lleno de palabras que nunca se animó a decir
(y sigue creciendo).
El dolor entre las costillas 
después de la borrachera 
y el sexo.
El olor hediondo del exceso 
de perfume frutal
en el cuello de una monja.
El pañuelo a cuadros, de tela, 
usado una y otra vez,
quejándose.
La risa del capitán de una troupe de limpiavidrios,
cantando a viva voz en el semáforo, mientras esperan,
canciones populares con letras inventadas de un tono grotesco.
El policía que por primera vez se pregunta
para qué está parado en una esquina, intimidando,
ahora inmerso en el vacío.
El que escribe en su agenda 
los compromisos que 
nunca va a cumplir.

Todos estos rumores son pequeños murmullos 
que la calle vocaliza,
que el sin nombre recoge
mientras trata de olvidar
que tiene hambre.
Lo que come lo expulsa en verso.


Ricardo Baviera

domingo, 14 de septiembre de 2014

Un último café

Verte sentado, en la cama, con la frazada hasta el pecho, iluminado por el sol de invierno que se filtra por el ventanuco, recibiendo de tus hijos un regalo por tu cumpleaños. Una cafetera de latón, para poder compartir en ese desayuno, un café en familia. Sabiendo que mañana es lunes y por la mañana, antes de trabajar va a haber un café que te reconforte unos instantes, simplemente te detenés a sentir el calor en los labios, sin pensar en la ardua jornada que te espera por delante.
El sol no salió, la cafetera de latón humea, la cocina está desolada y desde el baño se escucha la lluvia que golpea sobre el techo de chapa. Por la pared del comedor se filtra una línea de agua descendente, como si fuera la humedad condensada en la pared de una caverna, hasta toparse con las baldosas dispuestas en damero, blancas y negras. Frías. Descalzo te movés entre ellas como un caballo de ajedrez.
Cuando todos duermen, la cafetera de latón humea como todas las noches, mientras en un papel gastado, escribís lo que pasó en el día. Un diario personal fragmentado en pequeños papeles, dispersos entre revistas, en cajones, sobre el televisor e incluso como topes para la puerta. Papeles efímeros, sin mucha voluntad de ser conservados, que contienen una memoria de los días en los que el trabajo en el puerto no era tan hostil.
Te recuerdo, ya canoso, sentado en la silla de mimbre rota, tu favorita, completando un crucigrama con un lápiz de poca punta, sin saber que pocos días después no habría más vapor de latón.
Un último café.


Ricardo Baviera

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Otro día / Cada

El otro día comiste pescado, aunque sé que no te gusta.
El otro día te morías de ganas de besarnos, pero te dio vergüenza.
El otro día sacaste al perro sin correa porque era de madrugada.
El otro día saliste sin paraguas porque extrañabas la lluvia.
El otro día te enfermaste por andar todo el día con las medias empapadas.
El otro día no fumaste después de coger.
El otro día pensabas en la ensalada que ibas a preparar para la cena.
El otro día extrañabas a tu mamá.
El otro día te dieron ganas de pasear por el cementerio, para tener paz.
El otro día no querías hablar conmigo porque estaba viendo fútbol.
El otro día te toque una canción con la guitarra y te brillaron los ojos.
El otro día no parabas de encontrar olor a cebolla por la calle.
El otro día el dolor en la rodilla te tentó a quedarte en la cama leyendo un comic.
El otro día te cansaste de abrir el Facebook.
El otro día te enamoraste de un chico en el colectivo.
El otro día rezabas a pesar de ser atea.
El otro día llorabas por no llegar a fin de mes.
El otro día te peleaste con el portero por entrometido.
El otro día te quedaste callada.
El otro día moriste.
El otro día naciste.

El otro día te vi, después de mucho tiempo, y un eco grave me apretó el pecho.

Guido Bruno


Cada sombra en el placard es el ruido de tus pasos, y no sé dónde estás.
Cada resto de comida en el plato es la angustia que te detiene.
Cada rueda de bicicleta pinchada es el temor a conocer gente nueva.
Cada persiana cerrada es una excusa para embriagarte.
Cada tirada de dados es un baile nuevo, improvisado.
Cada cucharada de miel son las cosas que no decís y te guardás.
Cada agujero en tus zapatillas es la voluntad de mudarte.
Cada olor a pasto son tus ganas de morir.

Ricardo Baviera

jueves, 21 de agosto de 2014

Hombro

Y entonces me desperté
con la sensación
de que podíamos encontrarnos
en un lugar nuevo
propio.

Dejo de estar dividido en
dos
para estar en esa casa antigua
y tomada
escuchando al catedrático
que ha cruzado el mar
donde se estipulaba una fiesta
en esta madrugada fría
de julio.

Me quedo dormido
sobre tu hombro
sin pensar en
lo poco que sabes de mí.

En un breve paseo
por las calles del barrio,
líneas de encuentro,
asoma el resabio
de un anhelo.

Simple,
complicado.

Los cuerpos dicen más que las palabras.

Ricardo Baviera

viernes, 15 de agosto de 2014

Adoremos

En la puerta,
de la fiambrería,
con el caniche, correa en mano,
rulos y vincha,
me mira,
y emite un sonido,
que pareciera salir,
de la boca de su perro.

Me genera desconcierto,
no entiendo si aluciné,
siendo tan temprano,
apenas pasado el mediodía,
y a tantas horas de haberme despertado,
sin estar narcotizado,
por algún pensamiento romántico.

Como respuesta a mis derivas,
vuelve a ladrar,
mientras paso caminando a su lado,
no se voltea,
y ladra otra vez,
mientras camino incrédulo,
mientras camino lento.

Recuerdo estar en un vagón,
sobre unas vías de modelismo,
una caja desplazándose,
mientras desde su interior,
veo formados en un salón de madera
a los chicos izando la bandera,
a las profesoras controlando
que los gestos no se escapen,
que los brazos no vuelen,
que las piernas no corran,
y que la mirada, la atención,
vaya hacia lo alto, hacia ese
lienzo de pocos colores,
que muy lejos está de flamear,
como lo hacía en esas revistas escolares,
con figuritas para recortar,
con próceres, con casitas,
donde se firmaron pactos,
que a los ocho años
uno no tiene la más mínima idea
de que pueden significar.

¡Adoremos, adoremos!

Ricardo Baviera


sábado, 9 de agosto de 2014

Seis minutos

Los gritos del pasillo,
del nene llorando,
retumbaron en todo el edificio.

Seis minutos, te pido,
sólo poder dormir,
seis buenos minutos.

Suben en el ascensor
y la voz espanta
todo el espacio.

Cuando el silencio
al fin,
me permite cerrar los ojos,

y el dolor de muelas aminora,
en esta mañana de sábado,
el portero se reencuentra con la lustradora.

Máquina de viejo motor,
estridente,
que no se usa (hasta hoy).

Cuatro minutos,
sólo le pido al karma, fuera de toda moral,
tres buenos minutos.

Ricardo Baviera

lunes, 4 de agosto de 2014

Peceras

Los tres corrían
hacia la caja del camión
en marcha.

Tiendo una mano 
y suben.
Me río de mis cortos brazos.

Te lo presté y
lo dibujaste todo.
Me molestó hasta que le tomé cariño.

Esa mirada me hizo entender
que a la academia
la disfruto y la aborrezco.

Todos los peces pequeños
que se han caído de sus peceras
de noche piden un poco de aire.

Entre vidrios y agua, 
agua viva,
suspira.

Caer tendido en un colchón tirado en el piso,
ebrio,
y levantarse para volver a emborracharse.

Cierta melancolía
en el último tramo de vuelta, 
colectivo.

Ciertas intenciones,
encontradas,
pero cargadas de incomprensiones.

Todas las referencias, todas las escalas,
cambian perspectiva,
cuando entiendo por qué vos.

Ricardo Baviera

viernes, 1 de agosto de 2014

Sinófilo

Cuando era chico
y jugaba a las bolitas
en el patio de mi escuela,
hacía un agujero grande y
mis amigos me decían
que frenara,
que iba a terminar en China.
Siempre me intrigó la posibilidad de cruzar
a ese otro lado de la esfera,
desconocido
misterioso.
¿Qué comerían? ¿Cómo se vestirían?
Sobre todo
cómo rien, cómo lloran.
Algún día de estos
voy a desenterrar profundidades
y en ese agujero
voy a entrar
para conocer un poco más
en realidad,
para conocerme un poco más.
Con los años la visión se volvió
un poco más desencantada y sincera,
sabiendo
que no todo es bueno.
Luego del amor, apareció
el terror.


Ricardo Baviera

jueves, 31 de julio de 2014

Destello

Casi desnudo
me asomo al patio
en plena noche de verano.

En la ventana del 6to B
la luz naranja alumbra
el pulmón del edificio.

Ella se asoma de la ventana
entre sombras, entre naranjas,
con una vela en la mano,

y me espía.
La veo y se intimida,
sonríe con culpa y se esconde.

A lo lejos, en el cielo de Saavedra
un barrilete escarlata, voluminoso,
romboidal, gira como una tómbola.

Entre tanta oscuridad
siempre hay
algún destello.

Ricardo Baviera

miércoles, 30 de julio de 2014

Que no me llevan

Colectivos
que no me llevan
a ningún lado
que no me llevan
en esta lluvia
con ese rostro de vieja apática
a ningún lado
con la disciplina férrea que le imponen a la niña
a ningún lado
con el desaplomo
que no me llevan
tarde a tarde
a ningún lado.

Ricardo Baviera

domingo, 27 de julio de 2014

Neon

Sos el único lazo
en este lugar
para que él se quede,

a pesar de las distancias
y los cambios que
se produjeron en el impasse.

No puedo negar mi lugar,
fragmento de la novedad,
pequeña grieta de lo cotidiano.

Creo que es algo.
Es.
Algo.

Tu documento tirado en el piso
abierto
como el cadáver del ciclista bajo las ruedas.

Un rostro tuyo que no conozco.
Vida que no conozco.
Todos esos años, que son más que los míos.

Hay algo marcial y,
entre tanta dureza,
esconde una sensibilidad reprimida.

Oculta, desconocida.
Misterio que
me lleva a bailar en tu espiral.

Cuando el perro ladre, lejano,
y el aire se enrarezca,
tiremos al piso el sombrero que nos pesa.

Y que tapa los ojos,
para no dejar entrar
esa luz de avenida.

De neón.

Ricardo Baviera

domingo, 20 de julio de 2014

Una preciencia

Un edificio lujoso
entre baldosas gastadas,
entramos
sin saber cómo salir.

Bajamos al sótano con la esperanza
de encontrar una salida
y en un hueco de medianera
lo escuchamos gruñir.

Rompe la noción de pared.
Entre las sombras y con un bastón largo
amenaza con golpear
si intentamos pasar.

Salimos.
Boca tiro,
sangre hiela,
mirada dice.

Entre los aullidos,
ciudad amanece,
no sabemos si avanzar

o dejarlo atrás.

Ricardo Baviera

miércoles, 16 de julio de 2014

Neptuno

Verlo morir de una forma diferente
a la que nunca vi
baleado a través de una puerta
en una venganza
de quiénes? no sé.

Bailar con la desconocida
delgada joven, hipnotizante
con su danza, con el beso
bajo la mirada del pasado
reprobando.

Una fraternidad en el delta,
siempre en el agua
de caras que no reconozco salvo pocas
queridas
y a sus espaldas un barco inmenso.

Barco que parece represa ya que
obstruye casi todo el flujo del agua
y lo único que atino a decir, cuando
nos sentamos todos arriba, en el borde
es que lo importante es poner el cuerpo.

Ricardo Baviera

sábado, 12 de julio de 2014

Escampa

Un racimo de bananas
colgado
en un gancho de carnicero.

Por error (al parecer)
una de ellas fue atravesada
y ahora su humedad se escapa.

La podredumbre comienza,
tal vez nunca termina
su descomposición.

Desde ese pequeño punto hacia el resto,
implacable:
una certeza entre tantas dudas.

Deletérea senectud,
escampa.
Y tristes piedras aparentan esmeraldas.

Ricardo Baviera


jueves, 10 de julio de 2014

Tres Monedas (araña)

Tus dedos aprietan
sutiles y me llevan
hacia donde la
música sale.

Tres monedas:
recuerdo de algún
lugar perdido
en Europa.

Un billete de dos
adentro de una valija
llena de libros viejos.
Un vaso que estalla.

La mampostería se desarma,
tratamos de bobinar un alambre
al tornillo oxidado
mientras su madre mira.

La película amateur
que habla de otra película amateur
que habla del encuentro
entre dos chicos.

Claroscuro, tapado, sombrero de ala,
parado entre el humo, veo el rostro,
veo la copa, veo el espectáculo.
A veces, todo lo que necesitaba era un disfraz.

Trozos de imagen,
trozos de sonido,
movimiento,
artificio.

Ricardo Baviera

viernes, 13 de junio de 2014

Y lo que queda es palosanto


la la verdad es que 
no entiende las razones
por las cuales
lee el obituario
obituario

las mañanas grises en las
las que el invierno
congela
los dedos dedos
los guantes

los porteros y la escarcha que sale 
sale de las mangueras
tapadas
la señora
del gorro azul francia

que llega al local de la tarotista
tarotista del barrio
a la que en la iglesia conoció
adorando a un sólo Dios Dios
de barba y pelo largo (canoso o no)

y el lampiño las miraba desde
la vidriera, desde la entrada entrada
cuando sobre el paño cayeron
la muerte, la sacerdotisa y el juicio
y se acordó acordó del dolor de su muela

esa que se le había partido
jugando a la pelota 
pelota se hizo añicos
pero la curiosidad era más fuerte
que su nervio y las cartas

Ricardo Baviera

martes, 10 de junio de 2014

Tablero


Como tablero
de ajedrez viejo, de
madera roja.

Departamentos,
cubículos donde la
gente transforma

microcosmos. Con
olor a cebolla y
llanto de bebés.

Espacios mutan,
metamorfos habitan,
sin saber qué son:

reflejo de un
espejo quebrado y
veteado, sucio.

Superficie que
cambia como también quien
se para allí hoy.

Sin saberlo, sin
reconocerlo, hasta
que cumple años.

O hasta que las
canas florecen, o las
ganas se mueren.

O el hígado
se queja de la misma
ginebra de ayer.

O hasta que el
viejo de al lado larga
olor (ha muerto).

Y su puerta la
derriban, y otro día
comienza. Otro.


Ricardo Baviera

domingo, 8 de junio de 2014

Abisal (bilis negra)



La chica de la bilis negra
escupe su voracidad
en el tercer tiempo.

La furia y su cotejo,
impotencia ante la muerte.
La culpa, para no olvidar.

Lo insondable,
lo hermético,
misterio de aguas abismales.

Abisal.

Rugen los tentáculos
de lo no nombrado.
De lo no esperado.

Aguijón de sal,
como el sapo se hunden,
una y otra vez.

Ricardo Baviera


sábado, 3 de mayo de 2014

Umbral

     Tomábamos vino y nos reíamos de nuestros dientes violetas. Del color de tus labios. Nos encontrábamos después de meses sin vernos, aunque teníamos noticias del otro por algunos conocidos en común. Como otras veces, la poesía urbana que flota en nuestro entorno (esa que no puede ser escrita), nos reunía. Ritmo de peatones entre colectivos, que cruzan sendas sin percibirse, hasta que una torpeza los choca y se miran a los ojos, por primera vez.
     Cuando te conocí comprendí algo, y lo creo este día en el que escribo: la belleza radica en el ritmo. Entre los cajones, buscando un papel arrugado con unos versos lamentables, una de tus fotos se asoma. La contemplo unos segundos: no siento inquietud. Hoy, al tenerte delante, la gracia de tus movimientos me doblega. Quiero resistir: no puedo. Quiero resistir porque sé que entre nosotros hoy no es.
     Y estas luces austeras y anaranjadas de la luminaria pública, realzan tus sonrisas, que emergen de la penumbra. Sentados en el umbral de una casa antigua, cuyos habitantes nunca hemos visto (al menos, sabiéndolo), las penas de la cotidianeidad se disipan. Me río y te extraño un poco, pero asumo la restricción. Intento salir del ensimismamiento para disfrutar de la velada. Y compartir una charla, una vez más.
     Tus ojos tiemblan cuando cruzamos miradas. Tus pupilas se dilatan y en el fondo intuyo que vos también me querés. Te cuesta admitirlo, tanto como me cuesta interiorizar la imposibilidad. Nos gusta poder olvidar la ciudad un rato.
     La noche termina y nos separamos con un gesto cálido. El reencuentro, en los términos actuales, depende de la casualidad. Nos damos un corto abrazo profundo. Lo más probable es que no nos veamos la semana próxima (ni el mes que viene). Es un momento un poco triste, un poco satisfactorio. Esperamos pausados en silencio. No sabemos cuando volverá a ocurrir.


Ricardo Baviera

miércoles, 30 de abril de 2014

Candado / Índice

El vino está agrio,
Trabajar en librerías,
y el perro guardián que me dieron,
atado, pero con la posibilidad
se ha escapado.
de recorrer estanterías. De
Creo que estaba
recorrer nombres: índice,
para vigilarme,
medio, pulgar.
no sé.
En puntas de pie,
Creo que soy libre,
en cuclillas o,
no sé.
tal vez,
Extraño su compañía.
ladeado.
Lo sé.


Ricardo Baviera

martes, 29 de abril de 2014

Caminatas y rodeos

A nuestra amistad, Guillermo Rho  

     Recién me enteré. Unos cuantos momentos vinieron a mí, pero lo más pregnante fue tu sonrisa enmarcada por tu bigote poblado. Esa sonrisa que te caracterizaba, cuando charlabas con los desconocidos, siempre buscando, aunque sea por un momento, conectar con el otro, romper con la frialdad. Hablar para conocerse. Hablar para no sumirnos en la indiferencia.
     Mi adolescencia transcurrió pasando el tiempo juntos. En esa época fue cuando me di cuenta de que la diferencia de edad con el otro no es un impedimento para establecer un vínculo. De que tus anécdotas, y mis preguntas, se complementaban. De que ambos rescatábamos ciertos aspectos del vivir. Somos personas en la búsqueda, constante. No nos es propio el estancamiento, el sedentarismo del cemento fraguado, que se secó. Estamos constantemente construyendo, y cuando una pared se seca, tomamos la maza y la demolemos. Para no caer en el dogma. Para seguir siempre preguntando, espíritu inquieto.
     Recuerdo tu cumpleaños, poblado de músicos, tocando todos por turnos hasta el amanecer. Recuerdo mi inseguridad al subirme a tocar con gente con mucha más experiencia que yo. Pero lo que no voy a olvidar es el gesto cálido que me inspiró confianza. Ese sentimiento de comunión entre músicos que no se conocen, que, hasta cierto punto, provienen de tiempos y espacios diferentes. Que la música que escuchan no se parece. Pero que tocando se entienden, por fuera de las palabras.
     Me mandaste tu novela, y nunca pude verte como para comentarte al respecto. Valoré mucho que confiaras en mí para que opine sobre ella. No es fácil escribir. Y mostrar. Es exponerse, es andar, por momentos, con el corazón en la mano. Y en este momento me encuentro escribiendo, y te escribo. Sé que no lo vas a leer. Pero eso no es lo que importa, porque en estas torpes y breves palabras, vivís. Porque nuestra amistad sigue presente. Porque mi manera de encarar las cosas hoy, tiene mucho que ver con los sentires de esos días, bohemios. 
     Corazones vagabundos. Cigarrillos y café. Caminatas y rodeos.


Guido Bruno

domingo, 27 de abril de 2014

Típico de Virgo

      Me caías tan bien. Con tus neurosis, con tus obsesiones, con tu pequeño gesto de acomodar el salero en la mesa, con tu manía de alejar los vasos del borde de ella, por miedo a que se caigan en un acto de torpeza. Con tu fantasía nunca realizable, al quedarte siempre en imágenes posibles, pero poco probables, sin poder ver lo que sucedía enfrente tuyo. Mente de pasado, mente de futuro. Pero poco presente. A veces, ausente.
     En un primer momento, cuando te conocí, me molestaba tu tendencia a querer controlar hasta la más mínima brisa que entraba por el ventanal. Hasta la risa, cuando las pequeñas humoradas te provocaban llanto. Odiabas que te hiciera cosquillas. Típico de Virgo.
     “Siento que estoy perdiendo el tiempo”. Cuánta arrogancia encierra esa concepción. El tiempo que se pierde, ¿a dónde va? ¿Se puede, realmente, perder el tiempo? Creo que es una ilusión más, omnipotente, de poder controlar cada acontecer que te rodea. Pero creo que esas palabras nacen desde la inocencia de querer poseer el mundo, por miedo a que cambie más rápido de lo que podemos aprehenderlo.
     Y ahora, parado en los confines, viéndolo en perspectiva, siento que lo nuestro era una construcción, en la que me permitías el caos que emano (y en el que tengo fe). Y que me aceptabas a pesar de ser un vagabundo que caminaba sin certezas, emprendiendo recorridos nunca planeados, no pensados, en búsquedas en las cuáles lo que menos importaba, era encontrar.
     Sabías que no veía ese vaso en el borde: lo golpeaba, y se hacía añicos. Sabías que ni las cajas de cartón (esas que tenías perfectamente clasificadas cuando te mudaste), ni las manos, me servían para encerrar lo que intuía. Que siempre estaba buscando tensarlas, hasta que estallasen. Que también tengo obsesiones, como vos, pero que son rodeos, que piden ser líneas de fuga: precipitarse a velocidad infinita.
     Y que a pesar de no estar locos el uno por el otro, nos comprendíamos, éramos compañía. Mirarte a los ojos y encontrarlos vacíos, cuando estabas absorta. Mirarte a los ojos y encontrar el brillo, cuando relatabas una andanza nocturna por un parador desierto en una tierra cercana, pero lejana. El vértigo de lo desconocido, de lo que no se amolda, de lo que siempre quiere escapar. Nunca podría definir la vida, pero lo poco que sé, es que desborda.
     Mientras cenaba solo, y sin pensarlo, acomodé el salero en la mesa. Vuelvo a ver la foto que nos sacamos aquel día frío en la playa, cuando te quejabas de la molestia que te provocaba la arena. Me reía. Nunca creí del todo en sacarse fotos para conservar un recuerdo. Entonces me percato de que hoy me quedé en el pasado. A fin de cuentas, no somos tan distintos, por momentos también soy tan... típico.


Ricardo Baviera

Amalia / Escarabicida

Amalia pesca con mosca,
Desperté viendo al escarabajo,
su edad no se revela
y súbitamente lo golpeé.
en sus brazos.
Volví a la conciencia,
Con mucha paz, agita 
miré para todos lados:
uno de ellos y revolea la
no estaba.
carnada. 
Revolví las mantas, la ropa,
La trampa ya ha sido
las ollas, sin caso.
plantada. Se sienta.
¿Lo habré soñado?
Espera. Bajo la sombra, 
El alba traería la respuesta
distingue vibraciones.
(o no).
De pronto, se para y saca 
Un escarabajo apareció en mi hombro.
su presa . Un hermoso
Y lo maté. Esta vez,
ejemplar.
fue real.


Ricardo Baviera

sábado, 26 de abril de 2014

Caminos

Nuestros caminos se cruzan,
todo fue de una vez.
No quiero aferrarme al recuerdo,
por no poderte ver,
por no poderte ver.

Se intersectan, se chocan, se abruman.
Se separan, dejando una duda.
A lo lejos diviso un afecto,
¿Te volveré a ver?
¿Te volveré a ver?


Pero estos caminos no pueden andar juntos siempre.
A veces estás tan cerca, y yo no estoy de pie.


La tormenta se disipa.
Ya se extinguen el temor y el temblor.
Aprendiendo, al salir de la cueva,
a querer sin poseer,
querer sin poseer.

Pero estos caminos no pueden andar juntos siempre.
A veces estás tan cerca, y yo no estoy de pie.


Guido Bruno

viernes, 25 de abril de 2014

Si hay duda

     Pensaba en los Beatles. En sostener tu mano. En bailar, sin ser expertos. En caer en el ridículo feliz, compartido, en una atmósfera que sólo nos pertenece a ambos y que la gente que pasa a nuestro lado no percibe. Es como la humedad en los tendones desgastados de mi mano izquierda: no sé muy bien cómo, pero sé que va a llover. Y son pocos los que notan este cambio sutil en el clima.
     Pero esta noche los dos lo sabemos. Buscamos cualquier excusa que el ritmo nos presente para acercarnos, para disfrutar por unos segundos, del encuentro de piel. Efímero, ya que rápidamente emprendemos la retirada. Nos cuesta exponernos, nos cuesta poder dar sin conocernos. Y nos atemoriza perdernos.
     Y es aquí donde radica el verdadero ridículo. Todo está dicho, pero la falta de una certeza rotunda nos lleva a retroceder. Porque me importás. Porque sé que te importo. Porque no nos vemos únicamente como un buen momento en esta noche aislada, fría.
     Puedo atravesar tus ojos con la magia que pocas veces sucede. Y sólo puede suceder porque esta noche mis ojos están abiertos. Un velo indescriptible se disuelve, y de a poco, se transparenta. Junto a vos entra por ellos, también, un torrente de luz cegador. Me fuerza a entrecerrarlos. Me cuesta verte. Me cuesta verte y no quererte.
     Y ahora tus ojos deambulan a una velocidad inaudita por mi rostro, recorriendo imperfecciones, deteniéndose por momentos en mi boca, que relata un cuento entretenido pero banal dado el tenor del momento.
     La música se apaga. Las luces se prenden, y vuelvo a la oscuridad. La atmósfera se disipa. Nos despedimos con duda y afecto.
     Volvés con tus amigas. A lo lejos veo a las mías, pero no me acerco a ellas. Vagabundeo a paso retardado entre las parejas que se besan y los borrachos que llenan el silencio con estribillos de una cumbia, antigua para los más jóvenes. Apela al riesgo: “prefiero amarte y después perderte”.
     Te veo salir por la puerta, abrigada, decidida a afrontar la mañana. Las palabras de un gran amigo llegan como un eco del pasado: si hay duda, no hay duda.


Ricardo Baviera

jueves, 24 de abril de 2014

Demonio / Jugador

El demonio del palmar                                              
                                           Dos décadas y
está encerrado                                                  
                                           media pasaron
debajo de unos gruesos                                                
                                           desde su retirada.
tablones,                                                                  
                                           Su cabellera se asemeja
de madera,                                                              
                                           a un durazno, con
esperando el cénit de la luna.                                    
                                           cortes rectos.
En este cruce de caminos,                                        
                                           Se nota que es el
cubierto por los árboles,                                          
                                           mismo peinado que
mucho se pide,                                                    
                                           usaba en la cancha.
mas aún,                                                            
                                           Se nota que su cuerpo
mucho se paga.                                              
                                           fue atlético alguna vez.
                                      
                                           Se nota la vejez.


Ricardo Baviera

miércoles, 23 de abril de 2014

Y el agua no volvió

     Iba poco al geriátrico. El tiempo se detenía de una forma malsana. Las enfermeras daban vueltas, en una coreografía en la que la mayoría no baila. Estar sentado. Apagado. Una mesa de mujeres animada juega al bingo con entusiasmo. Otros miran el cartón sin saber bien por qué. Un viejo quiere gritar "línea" pero la voz no le sale. Sólo tose, solo, en la mesa.
     Mi abuela está contenta de vernos. No me reconoce en el nivel de la palabra, no me puede nombrar, pero sí en el del afecto. Habla del agua que va y que viene, el problema de sus últimos días. Nunca supe qué agua era. Una metáfora, tal vez, de su fluir que cada vez iba más y venía menos. "Vos sos el más lindo de tus hermanos... Pero no les digas", acaricia mi cara mientras mira un poco ausente, profunda, en paz.
     Años después mis rasgos cambiaron un poco y se asemejan mucho a los de un abuelo que nunca conocí. La belleza, a veces, es el amor por un recuerdo. Tal vez era el germen que estaba en mí, una semblanza similar a la de su compañero.
     Dos personas que nunca se cruzaron. Por poco. Una muerte al mismo tiempo que otra vida se gestaba. Me puedo ver en el espejo y pensar que, de cierto modo, parte de mi rostro me antecede. Pero no puedo saber si el ritmo, si sus movimientos, se asemejan. ¿Habrá una risa parecida? Es más probable que seamos parecidos en la seriedad, en el rostro pensativo, que tiende a lo inmóvil.
     Y ella se fue un tiempo después. No pude volver a verla. En nuestro último encuentro me sentí solo. Ya no estaba. El agua no volvió.


Ricardo Baviera

miércoles, 16 de abril de 2014

Reel

Reel - Guido Bruno Texier from Guido Bruno Texier on Vimeo.

Suspiro



"Y en esa calle de estío, calle perdida,
dejó un pedazo de vida, y se marchó."
Naranjo en flor



     Escribo para poder dejarlo ser. Para no tener siempre presente el recuerdo por miedo a olvidar los días felices. Ahora estoy solo. Extraño y me siento extraño. Ya no hay más palabras entre nosotros: todo se reduce a un distante silencio. Al movimiento indiferente de la ciudad que ensordece, apabulla. Una conexión entre dos personas se perdió, y el mundo marcha.
     Toda esta tristeza es un suspiro de luna. Aquella que veíamos llena, desnudos en la terraza. Como si fuera un espectáculo único para nosotros. Me equivoqué.
     Miedo. Miedo a querer. Miedo a querer y perder. Y se perdió. Me apena saber que el tiempo disuelve los sentimientos, tan rápido como nos disuelve a nosotros. Estando condenados al olvido, me apena olvidar. Sólo queda disfrutar del sabor dulce y amargo de lo efímero.
     Nuestra condición de fumadores nos unió en el balcón. Charlamos toda la noche. De rayos, de truenos, de reverberación, del horizonte. Me cautivó la profundidad de su mirada, un lago triste, que cuando se agita es mar. Nos encontró la fatalidad.
     No hay ningún tipo de comunicación entre nosotros. Bordeamos una frontera. Cada tanto un ave cruza de lado, migrando, pero el miedo la lleva a retornar. De ella sólo queda una estela fugaz atravesando el cielo, imperceptible. Ese minúsculo vacío que deja, es suficiente para crear una brisa, la más pequeña de todas, pero que roza la piel: eriza. Me veo impedido de cruzar.
     Sólo puedo estar de este lado, en los confines. Espero un gesto, un ave grande como un albatros, que no creo que llegue. De a poco me veo en la necesidad de darle la espalda al límite, sabiendo que nada va a cruzarlo mientras esté dado vuelta. Cierro los ojos. Escucho, expectante. Soy un cazador sin presa: estoy al acecho del movimiento que no es y que no va a ser.

Ricardo Baviera